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«Tan pronto como lo descubrieron, los Magos abrieron sus tesoros y ofrecieron a Cristo su regalo, con los mismos dones que eran usuales entre los gentiles. Al reconocerlo como rey, ofrecieron la primica exquisita y preciosa del templo: el oro que guardaban. Por entender que era de naturaleza divina y celestial, ofrecieron incienso perfumado, forma de oración verdadera, ofrecida como suave olor del Espíritu Santo. Y en reconocimiento de que su naturaleza humana recibiría sepultura temporal, ofrecieron mirra».
Anónimo de un Obispo, comentario incompleto sobre el Evangelio de san Mateo. Siglo V (PG 56, 642).
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