Cuántos Domingos de Resurrección de desesperado llanto; cuánta tristeza por dejarte y no verte, salías a tempranas horas de la tarde, cuando nosotros ya mirábamos el horizonte de olivos hasta que desaparecías; cuántos nudos en la garganta; cuantos besos inolvidables del abuelo. Mas Tú, erguido, espiritual, casi espectral, alzabas firme tu poderosa mano izquierda de gloria infinita paseando la victoria del triunfo. La pena fue menos cuando la mañana llenaste, y desde san Nicolás escuchamos las últimas cornetas, los últimos tambores, apagando la melancolía, ahogando la aflicción, agigantando los recuerdos. Hay quien recoge todo el Viernes y en tu día más grande se retira, a nosotros, que nos ha gustado siempre soñar, hemos hecho como Tú, del Domingo el primer día de la semana y por Pascua el de otro año.
Ni el cielo azul, ni el sol radiante, son comparables a este Jesús Resucitado que podrán contemplar pulsando sobre la etérea imagen.
A mi abuelo Fernando, en el eterno recuerdo de nuestras despedidas por Domingo de Resurrrección.